Sentada en el parque, a media mañana, en un día radiante de otoño, disfruto de la brisa fresca y del tímido calor del sol. A lo lejos, un niño de corta edad, corretea tras su perrillo, que da saltitos, celebrando el acontecimiento…
Me da risa ver, como el pequeño trata de conservar el equilibrio, ante la loca huida del animal. Sus carcajadas pueblan el aire, mezcladas con los ladridos… Ellos dos son felices, sin duda alguna, no hay peros, no hay límites. Es una fiesta.
La imagen me contagia una desbordante ternura… Son los dos, crío y cachorro, una mezcla de entendimiento y conexión. Esa conexión limpia que solo puede emanar de la inocencia. Ese entendimiento que nace del cariño…
Me da risa ver, como el pequeño trata de conservar el equilibrio, ante la loca huida del animal. Sus carcajadas pueblan el aire, mezcladas con los ladridos… Ellos dos son felices, sin duda alguna, no hay peros, no hay límites. Es una fiesta.
La imagen me contagia una desbordante ternura… Son los dos, crío y cachorro, una mezcla de entendimiento y conexión. Esa conexión limpia que solo puede emanar de la inocencia. Ese entendimiento que nace del cariño…
Ternura, emoción que se apodera de mi espíritu y me hace sentir liviana, allí, sentada, en la inmensidad del jardín, pienso en lo dulce de la vida. Los recuerdos y experiencias compartidos que me dan tanta esperanza.
La vida, llena de pequeños grandes momentos, como el que pasea por delante de mis pupilas…un día de otoño soleado, un niño y un perro.
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